EL SISTEMA NERVIOSO CENTRAL, UNA COMPUTADORA QUE COORDINA NUESTRA TOTALIDAD.
Ya no hay duda, somos una unidad y así funcionamos.
Ser conscientes de que somos una unidad, nos ayuda a entender que todo lo que nos sucede nos impacta de una manera integral. Nuestra biología está íntimamente conectada con las emociones; las que forman una dupla inseparable con los pensamientos y, juntas, impactan en el cuerpo. Conocer cómo funcionamos nos da la posibilidad de tener una vida más saludable.
En los tiempos que corren, todos ya sabemos que somos una unidad, cuerpo, mente-emociones, espíritu y que funcionamos de manera integral. Pero muchas veces lo ignoramos. Ya sea porque no tenemos información suficiente o porque simplemente decidimos hacerlo. Cuando esto ocurre, suelen aparecer problemas relacionados con la salud, dificultades vinculares o de rendimiento laboral.
Es interesante conocer algunos aportes que las neurociencias han hecho sobre el funcionamiento de nuestro Sistema Nervioso Central (SNC), esto nos ayuda a conocernos más y, quizá también, a desarrollar una mirada más empática y comprensiva sobre nosotros mismos. Al fin de cuenta, todos somos iguales y funcionamos de la misma manera. O, ¿a quién no le pasó asustarse, comenzar a tener miedo y querer salir corriendo? y no solo una vez, sino muchas.
Nuestra biología está íntimamente conectada con las emociones; las que forman una dupla inseparable con los pensamientos y, juntas, impactan en el cuerpo. Estamos íntimamente conectados.
El SNC, es una especie de computadora que comanda nuestra unidad.
Voy a traer a Paul Mac Lean, neurólogo y psiquiatra. Quien diseñó un modelo del cerebro basado en el desarrollo evolutivo, lo llamó cerebro triuno. Dice que el cerebro está formado por tres capas evolutivas:
Capa o cerebro reptiliano. Es la parte más antigua del cerebro de hace 500 millones de años
Capa o cerebro límbico. También se lo conoce con el nombre de cerebro mamífero y su aparición es de hace 200 millones de años.
Capa o cerebro Neocórtex. Conocido también como cerebro humano. Es la más reciente, de hace 100 mil años, cuando llegaron los primates
Entonces, tenemos dos capas más antiguas y una más nueva.
La primera, el cerebro Reptiliano, es la parte del cerebro que regula el sistema vegetativo. Recibe datos de nuestro cuerpo, los analiza y reenvía nueva información para la regulación de procesos básicos como: la función de los sistemas de respiración, digestivo, reproducción, los latidos del corazón, el sueño. Es el encargado, entre muchas otras funciones, de preparar al cuerpo para la lucha, la defensa y la huida ante situaciones que percibe como amenazas.
La segunda capa, el cerebro Límbico, trabaja junto con el anterior para que se active y se desarrolle el instinto natural de supervivencia. Aquí encontramos las emociones básicas con las que nacemos (alegría, tristeza, enojo, miedo, asco, sorpresa) y tiene un papel importante en el procesamiento de las mismas.
En los mamíferos también observamos estas capas evolutivas, por eso resonamos empáticamente con ellos.
La capa más nueva, el cerebro humano o Neocórtex (o, como la llama un profesor, “casco de realidad virtual”) nos permite viajar en el tiempo y en el espacio mientras permanecemos quietos en un mismo lugar. Gracias a ella podemos tener conciencia de quienes somos, de nuestra identidad, tener memoria biográfica, hacer conscientes las emociones y, a la vez, poder generar emociones más complejas, como la vergüenza, la culpa o el entusiasmo.
También de aquí parten las ideas, elaboración de conceptos, pensamientos y la verbalización de los mismos. Y en la parte frontal de esta capa se desarrollan las funciones ejecutivas, que nos hacen la vida más fácil.
¿Cómo interactúan estas tres capas?
Los cerebros más antiguos (reptiliano y límbico) están vinculados entre sí. Tienen motivaciones muy básicas: evitar el daño, buscar la comida, regular el instinto sexual, cuidar a los seres queridos y el estatus social. Por ejemplo, cuando nos sentimos amenazado por alguien o por alguna situación, el límbico enciende la luz de alerta para avisarle al reptiliano que prepare nuestro cuerpo para la huida, el ataque o la defensa.
Te propongo que te tomes unos minutos y pienses en una familia de orangutanes. ¿Ya lo hiciste? Ahora pensá en tu familia y fíjate si somos tan distintos de ellos en las motivaciones que describí anteriormente ¿Cuánto tiempo y energía nos ocupan a nosotros mismos estas cuestiones? Cuidar el estatus social, trabajar para tener lo necesario para vivir, cuidar de nuestros hijos o seres queridos. Hacemos más o menos lo mismo que los orangutanes, pero con tecnología y ropa.
Estas motivaciones están ligadas a ciertas emociones: ira, ansiedad, tristeza, alegría y a ciertas respuestas conductuales: huir, luchar, seducir, paralizar, cuidado. Si sentimos amenazado nuestro estatus social (motivación) va a generarse en nosotros ansiedad, angustia (emociones) y probablemente una acción (conducta) protección, cuidado, lucha.
Gracias a la última capa de nuestro cerebro, el Neocórtex, no somos orangutanes. Somos personas y contamos con otras maravillosas capacidades: reflexión, planificación, conceptualización, verbalización, elección, creatividad, imaginación, conciencia de nosotros mismos y de los demás, entre otras.
Como las tres capas del cerebro están íntimamente unidas e interactúan entre sí, a las motivaciones, emociones y conductas básicas que mencione anteriormente (y que compartimos con los mamíferos) vamos a sumarle otras propias de nuestra naturaleza humana. Éstas, muchas veces suelen ayudarnos a salir de situaciones o vivencias complejas, por ejemplo, anticipar una respuesta frente alguna dificultad. Pero otras nos sumergen en bucles interminables de pensamientos y emociones que nos complican la vida. O me vas decir, que… ¿nunca te quédate colgada o colgado de alguna preocupación o pensamiento por largas horas llenándote de ansiedad y de angustia sin sentido, porque nada podías hacer? ¿nunca te quedaste masticando bronca o enojo, trayendo una y mil veces a tu memoria el recuerdo de una situación desagradable?
Parece que estas cosas solo les suceden a los humanos.
Te dejo un ejercicio sencillo para que hagas, cuando tengas ganas, para experimentar cómo interactúan estas tres capas. Para ello vamos a utilizar una capacidad bien humana, poder evocar (traer a la memoria) algún recuerdo, con todo lo que emocionalmente significa:
Sentate en un lugar tranquilo, cerrá los ojos y respirá pausada y profundamente tres veces. Serená tu mente soltando cualquier pensamiento y concentrándote en tu respiración o en algún sonido del lugar.
Te voy a invitar a que traigas a tu mente el recuerdo de una situación donde te hayas enojado con una persona. Puede, ser una situación reciente o una más lejana. No elijas la peor situación de tu vida, pero si alguna que haya tenido algún impacto en vos.
Una vez que tengas elegida la situación, revivila en tu mente, recordá qué estaba pasando, qué sucedió para que te enojes tanto.
Sin modificar nada, notá qué pasa con tu cuerpo mientras recordás la situación. ¿Surge alguna sensación física? ¿cómo está tu respiración: ¿más lenta, más acelerada? ¿lográs percibir una sensación en alguna otra parte de tu cuerpo? Y qué pasa con tus pensamientos, ¿aparece algún pensamiento en tu mente? ¿qué tipo de pensamiento? ¿Hay muchos o pocos pensamientos? Fíjate qué dicen esos pensamientos al revivir la situación. Emociones, ¿qué emociones aparecen? ¿muchas emociones?
Y, por último, notá si surge alguna tendencia a la acción, es decir si tu cuerpo tiene ganas de hacer algo al revivir la situación. Alejarte, gritar, llorar, pegar...
Ahora disolvé el recuerdo de tu mente y cuando estés preparado para volver al momento presente, abrí los ojos y escribí en un papel, en pocas palabras, qué sensaciones aparecieron en tu cuerpo, cuáles fueron los pensamientos, las emociones que se te presentaron y si tuviste ganas de hacer algo mientras recordabas.
Para completar la experiencia, podés hacer una nueva práctica, pero en esta oportunidad te invito a evocar el recuerdo de una situación con alguna persona con la que te hayas sentido a gusto, contenido, seguro. Recordá la situación, qué sucedía y observá qué sensaciones, pensamientos y emociones se hacen presentes, y si aparece la necesidad de hacer algo mientras recordás. Luego escribí en un papel lo que fuiste registrando en vos.
¿Qué sucedió con tu cerebro mientras hacías este ejercicio?
Cuando recordaste la situación de enojo, te valiste de tu Neocortex, tomaste la decisión de ir a buscar en tu memoria un tipo de recuerdo específico. Ese recuerdo, dado que está cargado de emociones, activó el límbico (enojo, frustración, tristeza). Y, si percibiste en el cuerpo sensaciones como respiración más acelerada u opresión en el pecho, o ganas de salir corriendo, gritar o golpear, es porque se activó el reptiliano.
También este circuito puede activarse en dirección contraria, o sea comenzar por el reptiliano. Si sentís alguna desregulación biológica, por ejemplo, palpitaciones (sistema vegetativo, capa reptiliana del cerebro). Cuando esto ocurre, inmediatamente empezás a tener miedo de que te pase algo (allí se activó el límbico) y comenzás a pensar que te está por dar un infarto y te vas a morir (entra en acción el Neocortex). Si te encontrás en esta situación, comenzá a regular la respiración porque estás a punto de que te de un ataque de ansiedad o de pánico.
Ser conscientes de que somos una unidad, nos ayuda a entender que todo lo que nos sucede nos impacta de una manera integral. Y además nos da la posibilidad de poder leernos de una manera más empática y compasiva a nosotros mismos. ¿No es lógico sentir enojo o miedo si algo no nos agrada, o que nos duela la panza o la cabeza cuando nos tensionamos o nos angustiamos por algo? ¿O nos preocupemos cuando nos sentimos mal físicamente? Conocernos y ser conscientes de ello nos hace más cálidamente humanos.
Bibliografía de consulta “Principios de Neurociencias para psicólogos” Miguel Ángel Álvarez González y otros