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LA PERCEPCIÓN, UNA CONSTRUCCIÓN ÚNICA Y PERSONAL

La realidad no es 100% tal cual como la percibimos.

Todos percibimos e interactuamos de manera diferente, por lo cual, seguramente, tendremos una percepción distinta de una misma realidad. Nuestras características biológicas, culturales y capacidades cognitivas, juntos a nuestras emociones y vivencias, van formando un sistema de creencias y valores que se hacen presentes cada vez que nos vinculamos con la realidad. El desafío es ampliar nuestra percepción y compresión y, para esto, necesitamos aprender a ponernos en el lugar del otro.


En general percibimos más de lo que nos damos cuenta; pero como nuestra atención es selectiva, hacemos foco en aquello que nos interesa dejando afuera muchos elementos de la realidad. La percepción es una construcción compleja, única y personal. Se va construyendo a partir de nuestras características biológicas, culturales, emocionales, capacidades cognitivas, etc. Es por eso que todos percibimos e interactuamos de manera diferente. Enfocamos la atención en objetos o situaciones distintas según nuestros intereses, por lo cual, seguramente, tendremos una percepción distinta de una misma realidad. Permanentemente nuestra percepción va cambiando, porque nosotros también lo hacemos, no somos los mismos nunca. Si nos sentimos mal o estamos de mal humor, hasta nuestro paseo preferido se puede convertir en una horrible pesadilla. ¿No sé si alguna vez volviste al patio del colegio donde jugabas cuando tenías 6 años? Si lo hiciste, seguramente lo recordabas más grande. Claramente creciste y tu percepción de ese patio es otra.

La realidad no es 100% tal cual como la percibimos, siempre nuestra subjetividad estará presente. No debemos preocuparnos por ello, por el contrario, amigarnos con esta idea nos hará más permeables a considerar y aceptar que el otro tiene siempre una percepción distinta.

En un artículo anterior, decíamos que en la naturaleza humana hay capacidades que muchas veces se encuentran dormidas o poco desarrolladas. Hablamos de las llamadas “capacidades blandas” (la empatía, la bondad, la comprensión, la compasión entre otras) y trabajamos entorno a la empatía. Decíamos que la empatía es una respuesta emocional, donde lo racional no parece tener lugar. En este artículo, quiero dedicarle algunos reglones a la comprensión.

La comprensión no sólo es una respuesta emocional, sino también racional y cognitiva. Para comprender a una persona, necesito conocer su situación, su contexto social-familiar, su cultura, su sistema de creencias y valores, su experiencia. Suena lógico, pero nos cuesta tenerlo presente y es todo un desafío, porque para escuchar y conocer al otro tenemos que detenernos y dejarlo hablar. ¡Cómo cuesta no interrumpir! Pero, escuchar es mucho más que cerrar la boca y no interrumpir. Es dejar de poner atención a eso ruidos que sólo nosotros percibimos y que nadie más escucha: los ruidos de nuestra mente, los pensamientos y emociones que siempre están presentes. Sabes a qué me refiero, ¿no? Esos pensamientos que cuando las personas hablan salen al cruce o para distraernos con preocupaciones pendientes o para decirnos que lo que está diciendo no es tan importante ni grave o para susurrarnos qué deberíamos decirle para que deje de sufrir. También las emociones hacen ruidos: “me aburre escuchar siempre lo mismo”, “me fastidia que no haya tenido en cuenta lo que le dije la última vez que hablamos”.

No podemos evitar que los pensamientos y las emociones se disparen, es normal que eso ocurra; así funcionamos. El desafío es darnos cuenta de que esto ocurre, no lo vamos a poder evitar y que muchas veces quedamos cautivos en diálogos internos que nos impiden escuchar con atención y compresión. Esos ruidos parten de nuestras propias creencias, costumbres, experiencia, cultura, circunstancia de vida, capacidades cognitivas y nos aturden cuando no podemos reconocer que el otro tiene una perspectiva, una experiencia o una creencia distinta sobre la misma realidad que compartimos. Comprender al otro no significa necesariamente que pensemos igual o que entendamos la realidad como él o ella la entiende, o que elijamos las mismas cosas o tome las mismas decisiones. Cada uno construye a lo largo de la vida un sistema de creencias y de valores, conceptos y saberes, vivencias y experiencias, y todos tenemos razones válidas para entender y mirar la realidad de determinada manera. No olvidemos que nuestro ego, que cree saberlo todo, no va a colaborar en esta tarea, más bien es un oponente que ofrecerá resistencia.

Detenernos para escuchar, comprender y recibir a las personas es todo un arte y, como tal, tiene su técnica.


Te propongo hacer un ejercicio:

Lo podrás poner en practica cuando estés con alguna persona. Puede ser un amigo/a, tu hijo/a, pareja, compañero/a de trabajo. Sentate frente a él o ella y cuando lo hagas, decidí dejar de hacer lo que estás haciendo y míralo a los ojos con la intención de dejarla hablar y con atención para escuchar lo que te vaya contar. No interrumpas, ni tampoco te cuelgues en diálogos internos (ruidos que solo percibís vos). Hacé el esfuerzo de soltar tu sistema de creencias, tu experiencia, tus propios saberes (esto nos pone a nosotros en el centro, nos hacen el parámetro de todas las cosas) y escuchá con curiosidad, libre de preconceptos, con amabilidad y sencillez.

Practicalo todas las veces que quieras, cuanto más lo hagas más natural te va salir. Esta práctica encierra un beneficio extra, porque no sólo estarás desarrollando la capacidad de comprender, sino también irás abriendo tu mundo interno y conociendo, desde la perspectiva de los otros, distintas maneras de percibir y vivir una misma realidad.

Bibliografía de consulta:

“Terapia centrada en la compasión” Paul Gilbert

“Qué son las neurociencias” Agustín Ibáñez/Adolfo García

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