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LA EMPATÍA, UNA CAPACIDAD QUE TODOS TENEMOS

Así, fuimos creados

En los últimos 30 años, a partir de los avances tecnológicos, podemos observar y estudiar cerebros vivos y en funcionamiento, lo que nos da la posibilidad de acceder a nuevos saberes y comprender cómo interactúan entre sí las distintas habilidades, el conocimiento, las emociones y las conductas. La empatía es una capacidad con la que nacemos, pero es necesario estar atentos para desarrollarla.

Los que tenemos una creencia judeocristiana, entendemos la creación de la humanidad como un acto amoroso de Dios, quien nos creó a su imagen y semejanza (Génesis 1,26). Otros tendrán otras creencias o punto de partida para explicar cómo fue que la vida y la humanidad se gestaron, pero todos compartimos la misma mirada sobre la condición humana.

No somos dioses, ni todopoderosos y, si bien no tenemos el “Poder de Dios”, tenemos un “poder humano” que nos permite tener autoridad y gobierno sobre la creación y sobre nosotros mismos. Este poder está necesariamente vinculado a las capacidades con las que fuimos hechos o creados: libertad para elegir, conocer, aprender, reflexionar, expresar, sentir, empatizar, comprender, imaginar, crear, tener conciencia de nosotros mismos… entre muchas otras.

A lo largo de la historia de la humanidad, las personas hemos desarrollado muchas y distintas capacidades, las más populares han sido aquellas que nos hacen más eficaces y productivos (la inteligencia, la memoria, la rapidez para actuar, multitasking). Las neurociencias las llaman “capacidades duras”. Pero existen otras llamadas “capacidades blandas” que sólo han tenido buena prensa en ámbitos religiosos o espirituales. Dentro de éstas encontramos la empatía, la bondad, la generosidad, la compasión, la compresión, entre otras. Las investigaciones científicas afirman que todos nacemos con ellas, salvo que se presente alguna disfunción, accidente neuronal o una patología severa.

Como mencioné anteriormente la cultura no suele acompaña el desarrollo de estas capacidades, pero, además, sucede que a medida que vamos creciendo, otras propuestas, situaciones o experiencias captan nuestra atención y éstas no siempre están disponibles o se desarrollan poco. En los últimos 30 años, a partir de los avances tecnológicos, podemos observar y estudiar cerebros vivos y en funcionamiento, lo que nos da la posibilidad de acceder a nuevos saberes y comprender como interactúan entre sí las distintas habilidades, el conocimiento, las emociones y las conductas. Gracias a la neuroplasticidad de nuestro cerebro (otro de los aportes de las neurociencias) diversos estudios han demostrado que no sólo las capacidades “duras” sino las “blandas” pueden entrenarse. Si somos conscientes de esto, entonces podemos trabajar en ello para tenerlas más disponibles, al alcance de nuestra conciencia y nuestras acciones. Cuando hablo de conciencia, no lo digo en un sentido moral, sino en el de “ser conscientes” de nosotros mismos.

Unas de las capacidades con la que nacemos y que podemos desarrollar es la empatía ¿Cómo nos damos cuenta de que empatizamos con alguien que recién conocemos? Solemos hacerlo porque sentimos que hay “buena onda”, “buena vibra”, o porque nos sentimos a gusto con algo que dijo o hizo. Por lo general, no sabemos argumentar racionalmente por qué alguien, que recién conocemos, nos cae bien y empatizamos.

Esto sucede porque la empatía es una conexión, reacción, una respuesta emocional, no es un acto inteligente o racional. De hecho, los mamíferos empatizan entre sí.

Hay algo que el otro despierta en mí y automáticamente se dispara el deseo de querer acercarme y conocerlo. Pero también puede suceder lo contrario, entonces me alejo o rechazo toda posibilidad de entrar en contacto.




Pero, ¿no habíamos dicho que la capacidad de ser empático es innata en nosotros? Entonces, ¿qué ocurre? Resulta que a medida que vamos creciendo, esta capacidad pasa por el filtro de la cultura, la educación, las vivencias y experiencias, las ideologías, creencias y, lejos de desarrollarse, parecería atrofiarse. Al resto de los mamíferos no les ocurre esto, están libres de cultura.

Con los resultados de este proceso empatizaremos automáticamente con aquellas personas que sentimos tener algo en común (olores, creencias, modos, ideología). Que esto ocurra, es totalmente esperable, no podemos evitarlo. Del mismo modo en que es esperable que rechacemos y nos alejemos de lo distinto. ¡Así que a no juzgarnos por ello!

¿Cómo podemos desarrollar o ampliar nuestra capacidad de ser empáticos? Lo primero que debemos tener en cuenta es que la empatía es una capacidad que está allí, presta a dispararse automáticamente. En segundo lugar, sin juzgarnos por ello, tenemos que saber que no vamos a empatizar con todas las personas, por más que creamos que debamos hacerlo por el rol o profesión que tengamos (educador, coordinador de grupos o líder, profesional de la salud, etc…). Y, en tercer lugar, nadie tiene la culpa de ser diferente.

Saber y tener conciencia de esto nos ayudará a sacar presión y exigencia sobre nosotros y los demás. Esto nos ocurre a todos y el camino alternativo al rechazo es observar la diferencia y permanecer frente a ella. ¡Qué desafío!

Susan Fsike, psicóloga social conocida por su trabajo en la cognición social, los estereotipos y los prejuicios, dice: “cuando estigmatizamos a alguien o no lo percibimos como miembro de nuestro grupo de referencia afectiva, social o ideológica, la parte de nuestro cerebro que está asociada con percibir al otro, se desactiva y dejamos de verlo como ser humano”.

Hay muchos ejercicios que podemos hacer para desarrollar y cultivar la empatía, pero el primer paso que debemos dar es: nunca perder de vista que el otro es semejante a mí. Que lo que lo hace distinto es tan válido, como lo que a mí me hace distinto de él.

Para empatizar, tenemos que aprender a detenernos frente al otro y no esquivar la mirada.


Te propongo hacer un ejercicio sencillo:


Sentate en un lugar tranquilo, cerrá los ojos y respirá profundamente tres veces. Serená tu mente soltando cualquier pensamiento y concentrándote en tu respiración o en algún sonido del lugar.


Vamos a hacer uso de otra capacidad que tenemos que es recordar. Por eso te voy a invitar que traigas a tu mente alguna persona que registres, con la cual te cuesta empatizar. Una persona que, cuando se acerca a vos, tu tendencia automática es alejarte, rechazarla, contestarle mal. Elegí una de las muchas personas que tal vez aparezcan. Una vez que la visualices, conecta con los sentimientos que te despierta y no trates de cambiar nada de lo que sentís y aceptá que eso es lo que te sucede, los filtros con los que creciste te ponen en esta situación. No intentes darte ninguna explicación al respecto, sólo permanecé frente a esa persona. Detené todo intento de alejamiento, detenete frente a ella y lentamente tratá de mirarla, tal vez podés hacer un recorrido y reconocimiento de su cuerpo, hasta poder detener tu mirada en su rostro. Y permanece allí, no esquives la mirada y no te de tengas a escuchar los pensamientos o razones que justifiquen el alejamiento. Sólo mirá su rostro. Mirala por unos segundos, y cuando puedas poné tu mirada en sus ojos. Detenete allí. Y decí en vos baja:

(nombre de la persona) y yo somos iguales, nos pasan las mismas cosas, deseamos, queremos, sufrimos, tenemos proyectos, gente que amamos y nos aman.

(nombre de la persona) y yo somos iguales.

Y permanecé un segundo repitiendo en silencio este pensamiento y notá si, al menos, el reflejo automático de alejarte cede un poco y podés abrite a nuevas sensaciones.


Tomá nota mental de la experiencia para atesorala y para que puedas evocarla cuando estés frente a ella/el.


Cuando estés listo abrí nuevamente los ojos.

Bibliografía de consulta:

“The ReSource Projet” (investigación) Dra. Tania Singer/ Congreso Educando Nuestro Futuro (2018). Organización: Vivir agradecidos.org

“Qué son las neurociencias” Agustín Ibáñez/Adolfo García

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